3/03/2009

cinco años,sesenta meses

11-M. Cinco años, sesenta meses… todos los días una flor.
por Pedro Miguel Ortega Martínez
Vivo a este lado de las vías, que un día se hicieron caminos de dolor y llanto. Sendas de hierro, por donde el tiempo pasa y nada se detiene. Sin embargo nunca ha faltado una flor; sola o en compañía de anónimos ramos, y ahí sigue adherida a la verja de A.D.I.F. (antes Renfe), viendo pasar trenes cargados con otros semejantes que tienen prisa por llegar con puntualidad a ninguna parte.
Fomento se ha esmerado, y la tela metálica que protegía anónimos transeúntes de las vías -o a éstas de impenitentes curiosos que se jugaron la vida intentando cruzar entre sus carriles- ha sido cambiada por una valla más atractiva, resistente. Junto a sus pies de hormigón un ciprés municipal se hace la misma reflexión, por voz de Gloria Fuertes: -Yo no soy triste, lo que pasa es que todos me miráis con tristeza…
El proyecto de un pequeño jardín para el 11-M, en la calle Téllez de Madrid, quedó en nada más que en eso, en proyecto. La naturaleza de los canes que hacen pasear a sus dueños junto a los muros del tren, dejan hermosos excrementos sobre una tierra merecedora de mejores y más atractivos abonos. Clavado en la tierra un cartel sigue anunciando obras, en una zona donde –precisamente- hace tiempo se acabaron esas tareas en el entorno de los antiguos cuarteles de Daoíz y Velarde. El viejo establecimiento militar de Artillería, Maestranza se llamaba por tantos maestros armeros como en ella hubo, se está reconvirtiendo en atractivo complejo polideportivo, con el añadido de una reciente Escuela Municipal de Música, y en breve una nueva Escuela Infantil de Teatro.
Pero quien resuena, chirría, de noche… o de día, son los carriles y ruedas de tantos trenes como entran y salen de la cercana estación de Atocha. Vacíos a ciertas horas de pasajeros, o llenos en hora punta con miles de viajeros, diferentes trenes maniobran a desigual velocidad; algunos lo hacen con sigilo, como intentando respetar la vida que muchos perdieron sobre las traviesas, colándose su último respiro –tal vez un suspiro- por los entresijos del basalto; otros convoyes van a lo suyo, como si nada de todo esto hubiera ocurrido un once de marzo.
Y ahí siguen las flores, tantos años, tantos meses, tantos días… Para que no falte el color de un recuerdo tan personal y sentimental, un anónimo familiar tiene el detalle de incluir a -modo de sencillo jarrón- una botella usada con algo de agua al otro extremo del tallo floral; que la sequía de nuestros ojos, de nuestros corazones, no afecten al efímero color con el cual tan pequeñas flores intentan iluminar ese escaso resplandor de invierno, que nada más consuela a sus parientes y amigos muy allegados.
Si estos seres desconocidos que no dejan de recordar y querer a los suyos todos los días, inocentes victimas de un terrible atentado terrorista, tuvieran oportunidad de leer mis letras, sepan les agradezco ese punto de color que ponen junto a la remozada valla de las vías. Y la modesta botella con agua, bien atada a la cerca metálica, porque el color de una flor no entiende de crisis ni sequía.
Es difícil olvidar aquel 11 de marzo de 2004. Muchos de mis vecinos, nosotros mismos también, todos resultamos afectados y asustados. No en propia persona de una forma física, pero sí en memoria y forma psíquica. Sí en esa parcela íntima y sensitiva de cada uno, de quienes por vecindad fuimos primeros colaboradores voluntarios y segundos espectadores obligados.
Que no les olvidamos. O más difícil todavía, que no nos olvidemos a nosotros mismos. Así nunca faltarán tan humildes flores, para confirmar que su recuerdo constante no cesa; y decirnos unos a otros que seguimos vivos para recordarlos siempre.Posted by Picasa

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